Muchos hubo deste nombre, pero, absolutamente, se toma por Alejandro Magno, hijo de Filipo, rey de Macedonia, que señoreó la mayor parte del mundo y todo él se le hizo poco, y al fin se vino a contentar con siete pies de sepultura. Fue apasionado del poeta Homero, tanto, que sus obras no se le caían de las manos cuando tenían lugar de no ocuparlas en las armas. Envidiosísimo de Aquiles por haber tenido quien con tanta facundia celebrase sus hazañas. Y así empieza Petrarca un soneto (original):
Giunto Alexandro a la famosa tomba
del fero Achille, sospirando disse:
O fortunato, che sí chiara tromba
trovasti, et chi di te sí alto scrisse! &c.
Entre el gran despojo que hubo de Darío, le trajeron por cosa preciosa y de mucha estima un cofrecito. Y, discurriendo qué se podría guardar dentro dél, se revolvió en que sería bueno para llevar en él a mano las obras de Homero. Fue grande su valor. Mandó por edicto que ninguno le retratase de pincel, sino Apeles, ni le vaciase en bronce otro que Lisipo, ni otro estatuario que Pirgoteles le esculpiese en mármol, vide Plinio, libro 7, capítulo 37. Escribieron sus hazañas muchos, pero en particular Quinto Curcio, Arriano, Plutarco. Al que loamos de liberal y dadivoso, decimos que es un Alejandro.