Es un animal salvaje, cuadrúpedo, del cual hace mención Plinio, libro 8, capítulo 15, y Solino, capítulo 32. Julio César, en sus comentarios De bello Gallico, libro 6, le describe en esta forma. El alce tiene la forma de una cabra y su piel varía, salvo que tiene más cuerpo. No tiene cuernos y las rodillas carecen de ñudos y artejos, no se echa ni se recuesta para dormir y, si acaso cae en tiera, no se puede levantar ni pornerse en pies. Arrímase a los árboles para reposar. Los cazadores, sacando por el rastro de sus pisadas la guarida, asierran por el tronco el árbol a do se apoya, dejándole el grueso que basta para no caer, y quedarse en pie, con que, arrimándose a él, el alce, como lo acostumbra, le rempuje y le caiga encima. Esto que César dice del alce no conforma con lo que refiere Plinio, según la opinión de algunos alemanes, hombres doctos y que tienen noticia deste animal de vista y experiencia, los cuales cita algunos Conrado Gesnerio en las adiciones que hizo a su libro De quadrupedibus. Juan Kentmano [Johannes Kentmann] y Juan Pontano, los cuales afirman haber visto vivo el alce. Andrés Baccio [Andrea Bacci], médico romano, escribió un tratado de la gran bestia, y cita a Polonio Menabeo [Apollonius Menabenus], milanés médico, que estuvo en Polonia y vio cazar el alce y dio noticia de su historia y de sus calidades y virtudes, en razón de medicina. Su etimología dicen ser griega, del nombre Αλκη, alce, fortitudo, por ser este animal el más fuerte de todos y juntamente el más veloz. De cuya naturaleza tomó Alciato el argumento para la emblema de su apellido, nombre y linaje, que está de los primeros de su libro.