Nombre arábigo, zahafaran y zafaran, usado del francés, que le llama safran, del italiano zafrano, del alemán safran, latín crocus. Juan López de Velasco: «azafrán», zaraan. Cuentan los poetas que un muchacho llamado Croco, enamorado de una ninfa llamada Smilace (Ovidio 4 Metamorphoseon: Et Crocum in parvos versum cum Smilace flores), fue tan excesiva su pasión que, derretido en su amor, se convirtió en una flor amarilla, la cual conservó su nombre. Epíteto es común de los enamorados traer el color amarillo y mortal, y por esta causa los que sacrificaban a las infernales furias, dichas Euménides, se coronaban de esta flor y del narciso, en los sacrificios de la diosa Ceres. En Sicilia les era vedado coronarse a los que sacrificaban de flores, en memoria de las que estaban cogiendo, y se le cayeron del regazo a Proserpina su hija, cuando fue robada de Plutón, solo se les concedía traerlas de mirra, narciso, croco y smilace, por lo que representaban en sí de tristeza, a causa de haberse convertido en tales flores los desgraciados y malogrados autores dellas. Fuera destas ocasiones, ninguno se coronaba del croco, y así lo dice Plinio, libro 21, capítulo 6: usus eius in coronis nusquam. Antiguamente fue muy estimado el azafrán que se criaba en Sicilia, particularmente el que nacía en el monte Coricio, y así lo encareció Marcial en un epigrama que escribe a Diadumeno, libro 3, epígrafe 65:
Quod spirat tenera malum mordente puella, Quod de Corycio quae uenit aura Croco.
Lo mesmo repite, libro 10, epígrafe 9:
Lassa quod externi spirant opobalsama drauci, Ultima quod curvo quae cadit aura Croco.
He comunicado la etimología del nombre azafrán con grandes arábigos, y concuerdan no ser propio, porque no tiene raíz de verbo y es común a turcos, persas y árabes y, como está dicho, también lo es a españoles, italianos, franceses y alemanes, con muy poca mudanza de letras. Yo entiendo ser de raíz hebrea, que es del verbo שַפַר safar, decorum et pulcrum fuit, decuit, placuit, porque el azafrán tiene color de oro y es apacible, agradable y hermoso a la vista, y por eso se ha usado y se usa dar con el color a las tocas y teñir las aguas que fingiendo en los teatros la pluvia de oro, daban color al agua con el azafrán, que derramada sobre las velas, o cielos de lienzos, distilaban y esparcían un rocío menudo y suave, de que parece hacer mención Marcial in libro spectaculorum, epígrafe 3: Quæ tam seposita est, ibi.
Festinavit Arabs, festinavere Sabæi,
Et Cilices nimbis hic maduere suis.
Aunque algunos entienden este verbo del vino dulce que se repartía en el teatro, mezclado con azafrana, a lo mesmo aprece que alude, libro 9, epígrafe 39. Summa licet, ibi.
Lubrica Corycio quamvis sint pulpita nimbo,
et rapiant celeres vela negata Noti.
Et lib. 5 de Chærestrato. Quadraginta tibi non sunt, ibi.
Hoc, rogo, non melius quam rubro pulpita nimbo,
spargere et effuso permaduisse Croco.
Este agua venía por ciertas canales a dar en unas estatuas, o figuras, que llamaban signa, como ahora se usa en algunos edificios suntuosos hacer unas cabezas de sierpes, o algunas ninfas, que por unas urnas derraman el agua cogida de lo alto. Lucan, libro 9:
Utque solet pariter totis se effundere signis.
Corycii presura Croci.
Séneca, epístola 19: Hodie utrum tandem sapientorem putas qui inuenit quemadmodum in immensam altitudinem Crocum latentibus fistulis exprimat, &c.
Lampridio, en la vida de Eliogabalo, cuenta que de ordinario se lavaba en piscinas teñidas con el color del azafrán, y con otros colores.