El aderezo que se pone a alguna cosa para que parezca bien y, particularmente, el que las mujeres se ponen en la cara, manos y pechos para parecer blancas y rojas, aunque sean negras y descoloridas. Desmintiendo a la naturaleza y queriendo salir con lo imposible, se pretenden mudar el pellejo. Pues, como dijo el profeta Jeremías, capítulo 13, número 23: Si mutare potest Aethiops pellem suam aut pardus varietatem suam. Es vana pretensión por más diligencias que hagan, porque es cosa muy conocida y aborrecida, especialmente que el afeite causa un mal olor y pone asco, y al cabo es ocasión de que las afeitadas se hagan en breve tiempo viejas, pues el afeite les come el lustre de la cara y causa arrugas en ella, destruye los dientes y engendra un mal olor de boca. Es una mentira muy conocida y una hipocresía mal disimulada. Véase fray Luis de León, en La perfecta casada, contra los afeites. Dijo Locro, poeta antiguo (y refiérelo Julio Poluce, libro 5, capítulo 16, de una mujer muy arrebolada): Non faciem sed larvam gerit. No es cara la que trae sino carátula. El capítulo Fucare de consecrat distinct 5, dice: Fucare pigmentis, quo vel rubicundor, vel candidior appareat, adulterina fallacia est, qua non dubito etiam ipsos maritos se nolle decipi. Es la autoridad de San Agustín, ad Possidonium, epístola 73. Afeitar se toma muchas veces por quitarse los hombres el cabello. Y propiamente se afeitaban aquellos que, con gran curiosidad e importunidad, van señalando al barbero este y el otro pelo que, a su parecer, no está igual con los demás. En especial, si pretende remozarse y desechar canas. Afeitante: las mulas, cuando le hacen las clines. Aféitanse los jardines, cuando los igualan las espalderas y las guarniciones de los cuadros en los jardines. Púdose decir afeite y afeitar del verbo «afectar», por el mucho cuidado que se pone en querer parecer bien, o de la palabra portuguesa feito, porque no es natural, sino hecho y contrahecho, o de ficto, por ser color fingido. Y puede ser del verbo factitare, frecuentativo del verbo facio, por la mucha frecuencia y cuidado que las mujeres tienen de afeitarse. Y porque no parezca querer decir mal dellas, me remito a Tiraquelo in Legibus connubialibus, parte 3, glossæ primæ, folio 42.