Este nombre es hebreo, בא, ab. Vale tanto como padre, primero de todos, el más anciano, el señor, el maestro, de manera que este atributo se da a uno por naturaleza, por honra, por edad, por superintendencia, por propagación de fe, o doctrina, y sus correlativos serán hijos en esta mesma correspondencia. Trae su origen del verbo hebreo הבא, aba, que significa «querer», porque el amor y bien querer descienden del padre al hijo, con más afecto que asciende del hijo al padre, porque el querer ha de estar en el padre, y el hacer lo que él quisiere y mandare en el hijo, siéndole obediente en todo y por todo. En nuestra lengua castellana, abad significa el mayor, el primero entre todos los religiosos monjes de un convento, y usan de él las órdenes de San Bernardo, San Benito, San Basilio y otras órdenes monacales. Los Canónigos reglares tienen abad por su superior, como el abad de San Isidro, y otras colegiales, como hasta aquí lo era el abad de Parrales. Hay en las iglesias catedrales esta dignidad, aunque no es la primera después de la pontifical, como en Toledo, abad de Santa Leocadia; en cuenca, abad de la Sey. Suelen los curas y beneficiados sacar un abad en cada un año, y en los arciprestazgos hacen lo mesmo. De manera que unos de los dichos abades son perpetuos, otros trienales, y otros se eligen cada un año. En común llamamos abad a cualquiera sacerdoce, reverenciándole como padre. Hay algunos proverbios que le competen, como «El abad, de donde canta, de allí yanta», que nos da a entender ser heredad nuestra y viña nuestra el asistir a los oficios divinos, y porque vacásemos en esta sola ocupación santa, se nos condecieron los diezmos y primicias de todo lo que trabajaren y cultivaren los demás fieles.
«Como canta el abad, responde el monacillo». Este proverbio nos advierte que seamos con todos bien criados, aunque nos sean inferiores, porque, si les hablamos mal, nos podrán responder peor.
«De casa del abad, comer y llevar». Podemos hacer la comparación del vientre, que aunque al parecer los demás miembros del cuerpo trabajan para él, al fin, bien considerado, lo vuelven a recobrar, y lo mesmo hacen los seglares, particularmente los pobres, con quien debemos partir, y todas las demás obras pías.
«Abad y ballestero». Vedan los sacros cánonces a los clérigos la profesión de cazadores, cuando lo toman por oficio y granjería, dejando de acudir a sus obligaciones eclesiásticas. Y también cuando la caza es de peligro, como la de montería, o tan costosa que lo que habían de comer los pobres, se da a los perros.
«Adelante está la casa del abad». Yo pienso que este refrán tuvo origen de los seglares, que llegando a su puerta el pobre, o el peregrino, le remiten a la casa del cura, como a propia suya. Pero no le excusan ellos de hacerles caridad alguna, ya que la principal nos toque, y nos hacen buena obra en encaminárnoslos.